Poetas Anónimos


No me mueve, mi Dios, para quererte


No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo


Muchos han sido los intentos de atribución de este soneto a distintos autores sin que la crítica se haya decantado por corroborar una autoría, por falta de argumentos  suficientes. San Juan de la Cruz, santa Teresa, el Torres, Capuchino, y el P. Antonio Panes, franciscano perteneciente a la Provincia de Valencia, figuran entre otros de probabilidad más dudosa.


Muchos han sido los intentos de atribución de este soneto a a distintos autores, sin que la crítica se haya decantado por corroborar una autoría, por falta de argumentos suficientes. San Juan de la Cruz, santa Teresa, el P. Torres, capuchino, y el P. Antonio Panes, franciscano perteneciente a la Provincia de Valencia, figuran entre otros de probabilidad más dudosa. 

Nunca el amor a Cristo crucificado había alcanzado tal nivel de pureza e intensidad en la sensibilidad de su expresión poética.
Un estilo directo, enérgico, casi penitencial por lo desnudo de figuras y recursos ornamentales. No es la belleza imaginativa del lenguaje lo que define a este soneto, sino la fuerza con que se renuncia a todo lo que no sea amar a cuerpo descubierto a quien, por amor, dejó destrozar el suyo.

A mi forma o manera de entender, o sentir, creo que es de San Juan de La Cruz...

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