Poetas del Mundo-Francisco Villaespesa


Francisco Villaespesa

(Laujar de Andarax, Almería, 1877 - Madrid, 1936) Escritor español, uno de los más destacados de la corriente modernista. Luego de haber estudiado en la Universidad de Granada se trasladó, hacia 1897, a la capital. Su personalidad liberal y romántica lo definió con la tópica imagen del bohemio modernista, amigo de R. Darío, de quien fue el mayor divulgador de su poesía en España.
Esta amistad y la popularidad de su obra, lo llevaron en sucesivas ocasiones a Hispanoamérica, donde entró en contacto con los principales poetas de las primeras décadas del siglo XX, a muchos de los cuales prologó sus obras. Su estilo personalismo partió de una singular mirada sobre las raíces románticas aunque tuvo al comienzo influencias de J. Zorrilla, en lo que se refiere a la musicalidad del verso y a su afición por los temas orientales, pero pronto se inscribió en la corriente modernista.
Tras algún tímido intento narrativo (Los suaves milagros, 1911; La tela de Penélope, 1913), se inició como autor dramático con El alcázar de las perlas (1911), en verso y de tema histórico, al igual que Aben Humeya (1913), Era él (1914) y La maja de Goya (1917).

Romance de las ocho hermanas.

Romance de las ocho Hermanas
Cantares de Andalucía!...
¡Que bien rima la guitarra
las sonrisas de Sevilla,
los suspiros de Granada
con el silencio de Córdoba
y la alegría de Málaga!.
Almería, sus Amores
sueña el pie de su alcazaba,
Jaén se adormece a la sombra 
de un olivo y de una parra...
Huelva, la heroína y altiva,
adelantada de España,
¡sueña con un Nuevo Mundo
en el seno de otras aguas!
Y Cádiz, la danzarina,
baila desnuda en la playa
más blanca en sus desnudeces
que las espumas más blancas.

Ocaso

Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El sol, al expirar en Occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.

El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su plumaje las palomas.

Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su refulgencia,
mi corazón se llena de amargura...

¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!...



La sombra de las manos

¡Oh enfermas manos ducales, 
olorosas manos blancas!...

¡Qué pena me da miraros,
inmóviles y enlazadas,
entre los mustios jazmines
que cubren la negra caja!

¡Mano de marfil antiguo,
mano de ensueño y nostalgia,
hecha con rayos de luna
y palideces de nácar!

¡Vuelve a suspirar amores
en las teclas olvidadas!
¡Oh piadosa mano mística!
Fuiste bálsamo en la llaga
de los leprosos, peinaste
las guedejas desgreñadas
de los pálidos poetas;
acariciaste la barba
florida de los apóstoles
y de viejos patriarcas,
y en las fiestas de la carne,
como una azucena, pálida,
quedaste, en brazos de un beso,
de placer extenuada...

¡Oh manos arrepentidas!
¡Oh manos atormentadas!

¡En vosotras han ardido
los carbones de la Gracia!
¡En vuestros dedos de nieve 
soñó amores la esmeralda; 
fulguraron los diamantes
como temblorosas lágrimas,
y entreabrieron los rubíes
sus pupilas escarlata!

¡Junto al tálamo florido, 
en la noche epitalámica,
temblorosas desatasteis
de una virgen las sandalias!
¡Encendisteis en el templo
los incensarios de plata,
y al pie del altar, inmóviles,
os elevasteis cruzadas
como un manojo de lirios
que rezase una plegaria!


¡Oh mano exangue, dormida
entre flores funerarias!
¡Los ricos trajes de seda,
esperando tu llegada,
envejecen en las sombras
de la alcoba salitaria!

¡En Ia argéntea rueca, donde
áureos ensueños hilabas,
hoy melancólicas tejen
sus tristezas las arañas!

¡Abierto te espera el clave,
y sus teclas empolvadas
aun de tus pálidos dedos
las blancas señales guardan!

En el jardín, las palomas
están tristes y calladas,
con la cabeza escondida
bajo el candor de las alas...

¡Sobre la tumba, el poeta
inclina la frente pálida,
y sus pupilas vidriosas
en el fondo de la caja
aún abiertas permanecen,
esperando tu llegada!

Blancas sombras, blancas sombras
de aquellas manos tan blancas,
que en las sendas florecidas
de mi juventud lozana
deshojaron la impoluta
margarita de mi alma...
¿Por qué oprimía en la noche
como un dogal mi garganta?

¡Blancas manos! ... Azucenas
por mis manos deshojadas...
¿Por qué vuestras finas uñas
en mi corazón se clavan?

¡Oh enfermas manos ducales,
olorosas manos blancas!.

¡Qué pena me da miraros
inmóviles y enlazadas,
entre los mustias jazmines
que cubren la negra caja!



Almería

En el espejo de tu mar tranquila
la mole secular de la Alcazaba,
como en el fondo azul de una pupila,
su morisca silueta recortaba.

En el áureo fluir del mediodía,
reclinada en mi seno su cabeza,
hinchaba el pecho y la pupila
abría para aspirar tu cálida belleza.

Y había besos y cánticos y risas
en su boca, en mi boca y en tus brisas...
Pasó el ensueño de la juventud...

Y, enlutado y sin fe, surco tus olas
en negra barca, con mi pena a solas,
¡igual que un muerto sobre un ataúd!



El Albaicín

Con pereza oriental, en la colina dormita,
ebrio de sol, el Albaicín.
Torcida higuera su ramaje inclina
entre rojos tapiales de un jardín.

Una acritud de fruta ya madura
y podrida trasciende del vergel,
mientras el fuego de la calentura
va esculpiendo las venas en la piel.

El arco de una arábiga cisterna
nos brinda el eco de su agua interna,
que nunca doró el sol, y la frescura

de su sombra antiquísima... ¡Y advierte
la carne en su pesada calentura 
la fiebre de la vida y de la muerte!



Humildad

Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para Ia fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para las rosas.

En todo encontrarás una belleza
virginal y un placer desconocido...
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la Naturaleza.

Recibe como un santo sacramento
el perfume y la luz que te da el viento...
¡Quién sabe si su amor en él te envía

aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado!



Paz

Este cuarto pequeño y misterioso
tiene algo de silencio funerario,
y es una tumba, el lecho hospitalario
donde al fin mi dolor halla reposo.

Dormir en paz, en un soñar interno,
sin que nada a la vida me despierte.
El sueño es el ensueño de la muerte,
como la muerte es un ensueño eterno.

Cerrar a piedra y lodo las ventanas
para que no entre el sol en las mañanas
y, olvidando miserias y quebrantos,

dormir eternamente en este lecho,
con las manos cruzadas sobre el pecho,
como duermen los niños y los santos.



La hermana

En tierra lejana
tengo yo una hermana.

Siempre en primavera
mi llegada espera
tras de la ventana.

Y a la golondrina
que en sus rejas trina
dice con dulzura:

- ¡Por aquella espina
que arrancaste a Cristo,
dime si le has visto
cruzar la llanura!

¡El ave su queja
lanza temerosa,
y en la tarde rosa,
bajo el sol se aleja!

Desde su ventana,
mi pálida hermana
pregunta al viajero
que camina triste:

- ¡Por tu amor primero,
dime si le viste
por ese sendero!

¡Pero el pasajero
su calvario sube,
y se aleja lento,
dejando una nube
de polvo en el viento!

Desde su ventana
a la luna grita
mi pálida hermana:

- ¡Por la faz bendita
del Crucificado,
dime en qué sendero
tu rayo postrero
su paso ha alumbrado!

¡La luna la vaga
llanura ilumina,
trémula declina,
y en el mar se apaga!

Acaso yo, errante,
pasé vacilante
baja tu ventana,
y sin conocerme,
mi pálida hermana,
preguntes al verme
venir tan lejano:

-Dime, peregrino:
¿has visto a mi hermano
por ese camino?



El poeta recuerda

Sus frases nunca me hirieron
y siempre me consolaron...
¡Heridas que otras me abrieron,
sus propias manos cerraron!

Aun cuando penaba tanto,
tan buena conmigo era,
que hasta me ocultaba el llanto
para que yo no sufriera.

Con su infinita ternura,
mi más intensa amargura
supo siempre consolar...

¡Y qué buena no sería,
que al morirse sonreía
para no verme llorar!


La rueca

La Virgen cantaba,
la dueña dormía...
La rueca giraba
loca de alegría.

-¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

Gira, rueca mía;
gira, gira al viento...
¡Amanece el día
de mi casamiento!

¡Hila con cuidado
mi velo de nieve,
que vendrá el Amado
que al altar me lleve!

Se acerca... Le siento
cruzar la llanura...
Sueña la ternura
de su voz el viento...

¡Gira, rueca loca;
gira, gira, gira!
¡Su labio suspira
por besar mi boca!

¡Gira, que mañana,
cuando el alba cante
la clara campana,
llegará mi amante!

¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

La luz se apagaba;
la dueña dormía;
la Virgen hilaba,
y sólo se oía

la voz crepitante
de la leña seca...,
y el loco y constante
girar de la rueca.


¿Conoce alguién el amor?

¿Conoce alguien el amor?
¡El amor es un sueño sin fin!
Es como un lánguido sopor
entre las flores de un jardín...
¿Conoce alguien el amor?

Es un anhelo misterioso
que al labio hace suspirar,
torna al cobarde en valeroso
y al más valiente hace temblar;

es un perfume embriagador
que deja pálida la faz;
es la palmera de la paz
en los desiertos del dolor...
¿Conoce alguien el amor?

Es una senda florecida,
es un licor que hace olvidar
todas las glorias de la vida,
menos la gloria del amar...

Es paz en medio de la guerra.
Fundirse en uno siendo dos...
¡La única dicha que en la tierra
a los creyentes les da Dios!

Quedarse inmóvil y cerrar
los ojos para mejor ver;
y bajo un beso adormecer...,
y bajo un beso despertar...

Es un fulgor que hace cegar.
¡Es como un huerto todo en flor
que nos convida a reposar!
¿Conoce alguien el amor?
¡Todos conocen el amor!

El amor es como un jardín
envenenado de dolor...,
donde el dolor no tiene fin.
¡Todos conocen el amor!

Es como un áspid venenoso
que siempre sabe emponzoñar
al noble pecho generoso
donde le quieran alentar.

Al más leal traidor,
es la ceguera del abismo
y la ilusión del espejismo...
en los desiertos del dolor.
¡Todos conocen el amor!

¡Es laberinto sin salida
es una ola de pesar
que nos arroja de la vida
como los náufragos del mar!

Provocación de toda guerra...,
sufrir en uno las de dos...
¡La mayor pena que en la tierra
a los creyentes les da Dios!

Es un perpetuo agonizar,
un alarido, un estertor,
que hace al más santo blasfemar...
¡Todos conocen el amor!


Convento de ruinas

El viejo monasterio abandonado
se pudre de vejez en la colina,
muda la torre, el coro derrumbado,
y todo el claustro amenazando ruina.

Seca la fuente, el huerto se ha secado;
en sus silencios ni un jilguero trina...
Tan sólo por las piedras del cercado
rastrera hiedra en verdecer se obstina.

Susurra el viento fúnebres querellas
por los patios ruinosos y desiertos...
Y, ajena a mundanales intereses,

parece que a la luz de las estrellas
está rezando, por los monjes muertos,
la gris Comunidad de los Cipreses.

Francisco Villaespesa

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