Poetas del Mundo-Pedro Calderón de la Barca



Pedro Calderón de la Barca:

(Madrid, 1600-id., 1681) Dramaturgo español. Educado en un colegio jesuita de Madrid, estudió en las universidades de Alcalá y Salamanca. En 1620 abandonó los estudios religiosos y tres años más tarde se dio a conocer como dramaturgo con su primera comedia, Amor, honor y poder. Como todo joven instruido de su época, viajó por Italia y Flandes y, desde 1625, proveyó a la corte de un extenso repertorio dramático entre el que figuran sus mejores obras. Tras granjearse un sólido prestigio en el Palacio Real, en 1635 escribió El mayor encanto, el amor, para la inauguración del teatro del palacio del Buen Retiro.

A las flores


Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor ce la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Esta matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron;
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron:
que pasados los siglos, horas fueron.


2

A las estrellas


Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven, si se duelen dellas.

Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.

De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.

¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere.

4

A un altar de Santa Teresa

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.

¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!

Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.


5

A San Isidro

Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.

Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.

Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,

no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.


Romances

1

Romance amoroso a una dama

¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.

Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.

Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.

Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.

A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.

A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.

Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.

En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.

Retírate, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;

que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describirte.

Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,

así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;

a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;

que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.

Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.

Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.

Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.

Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe

pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.


2

Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa

En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.

Verde Atlante de los cielos,
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.

Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.

Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día
cuando amanecer la noche.

Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble,

de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,

de aquel que rigiendo rayos
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,

éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde,
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.

Casta azucena o jazmín
süave, cuyos colores
en viva aroma los cielos
piadosamente recogen.

Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre.


3

Penitencia de San Ignacio

Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,

más muerto que vivo, haciendo
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,

a Ignacio su mismo cuerpo,
helado, sangriento y roto,
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:

-No te espantes si te trato,
como ajeno de ti propio,
que es bien que como otro hable,
pues ya contigo soy otro,

no es mucho ignore quién eres,
si el mismo que soy ignoro;
que tal tu rigor me ha puesto,
que aún a mi no me conozco.

Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.

Negando lo que te pido,
siete días ha que sólo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.

Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?

Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales vivan
cubro de sangre los hoyos.

Vivo cadáver me dejas,
y en tu espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos.

Todo en amor te transformas,
porque vivas en Dios todo,
con una gloria amorosa,
y con un amor glorioso.

Al alma sólo regalas:
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.

Dueño soy de los sentidos:
¿qué importa si no los gozo?
Pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?

Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo,
sus dulzuras no las oigo.

Mira no se ofenda Dios,
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco.

Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro, y al fin
fuego y humo, tierra y polvo.


4

A una dama que deseaba saber su estado, persona y vida

Curiosísima señora,
tú, que mi estado preguntas,
y de moribus et vita
examinarme procuras;

quienquiera que eres, atiende,
y en cómico estilo escucha;
que he de decirte un romance
para quitarte la duda.

Va de retrato primero;
luego, si quieres la musa,
irá de costumbres, bien
que habré de callar alguna.

Sea lámina el papel,
matiz la tinta, la pluma
pincel; quiera Dios que salga
parecida mi pintura.

Yo soy un hombre de tan
desconversable estatura
que entre los grandes es poca
y entre los chicos es mucha.

Montañés soy; algo deudo
allá, por chismes de Asturias,
de dos jueces de Castilla,
Laín Calvo y Nuño Rasura;

hablen mollera y copete:
mira qué de cosas juntas
te he dicho en cuatro palabras,
pues dicen calva y alcurnia.

Preñada tengo la frente
sin llegar al parto nunca,
teniendo dolores todos
los crecientes de la luna.

En la sien izquierda tengo
cierta descalabradura;
que al encaje de unos celos
vino pegada esta punta.

Las cejas van luego, a quien
desaliñadas arrugas
de un capote mal doblado
suele tener cejijuntas.

No me hallan los ojos todos,
si atentos no me los buscan
(que allá, en dos cuencas, si lloran
una es Huéscar y otra es Júcar);

a ellos suben los bigotes
por el tronco hasta la altura,
cuervos que los he criado
y sacármelos procuran.

Pálido tengo el color,
la tez macilenta y mustia
desde que me aconteció
el espanto de unas bubas.

En su lugar la nariz
ni bien es necia ni aguda,
mas tan callada que ya
ni con tabaco estornuda.

La boca es de espuerta, rota,
que vierte por las roturas
cuanto sabe; sólo guarda
la herramienta de la gula.

Mis manos son pies de puerco
con su vello y con sus uñas;
que, a comérmelas tras algo,
el algo fuera grosura.

El talle, si gusta el sastre,
es largo; mas si no gusta
es corto; que él manda desde
mi golilla a mi cintura;

de aquí a la liga no hay
cosa ni estéril ni oculta,
sino cuatro faltriqueras
que no tienen plus ni ultra.

La pierna es pierna y no más,
ni jarifa ni robusta
algún tanto cuanto zamba
pero no zambacatuña.

Sólo el pie de mi te alabo,
salvo que es de mala hechura,
salvo que es muy ancho, y salvo
que es largo y salvo que suda.

Este soy pintiparado,
sin lisonja hacerme alguna;
y, si así soy a mi vista,
¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!

Dejemos en este estado
mi levantada figura
y vamos, de mis progresos,
a la innumerable chusma;

que hoy, en tu servicio, tengo
de cejar hasta la cuna
la memoria de mis años;
¡oh, no me aflige, entre burlas!

Nací en Madrid, y nací
con suerte tan importuna
que hasta un Ventura de Tal
conocí (¡no más ventura…!).

Crecí, y mi señora madre,
religiosamente astuta,
como dando en otra cosa
dio en que me había de ser cura.

El de Troya me ordenó
de la primera tonsura,
de cuyas órdenes sólo
la coronilla me dura.

Bachiller por Salamanca
también me hice luego, cuya
bachillería es licencia
que en mil actos me disculpa.

La codicia de un bolsico
en la literaria justa
de Isidro me hizo poeta;
¿quién no ha pecado en pecunia?

Con lo cual, Bártulo y Baldo
se me quedaron a escuras,
pues en vez de decir leyes
hice coplas en ayunas.

La cómica inclinación
me llevó a la farandula:
comedias hice; si malas
o buenas, tú te las juzga.

Desde letrado a poeta
pasé; y viendo cuánto acusan
a la poesía unos viejos
de impertinencia machucha,

traté de mudar estado;
y, por más estrecha y justa
religión, la de escudero
me recibió en su clausura.

Aquí discurra el lector
(si es que hay lector que discurra)
cuáles son, para seguidos,
los pasos de mi fortuna:

Gorrón, poeta, escudero
he sido y seré. ¡Oh suma
paciencia de Job!, ¿tuviste
más calamidades juntas?

Con estas tres profesiones,
¿quién imagina, quién duda
que habré sido el «no en mis días»
de cualquier suegra futura?

Y así, soltero hasta hoy
me quedé; y hoy más que nunca
por razones de que el duque,
mi señor, tiene la culpa;

que, como caballerizo
me hizo su excelencia augusta,
huyen todas, por no ser
caballeriza ninguna.

De este desaire de todas
me despico con algunas
que me sufren mis defectos
porque los suyos les sufra,

si bien el día de hoy
está, con las grandes lluvias,
el tiempo tan apurado
que hasta amor pena penuria;

más, como ajustarse al tiempo
dice un sabio que es cordura,
siendo congrua de mi amor
tres damas, con dos se ajusta:

dos damas tengo, no más;
que en la compañía más zurda
por fuerza ha de haber quien haga
primera dama y segunda;

y, como al fin, por el troppo
variar bella es la natura,
de las dos con que me hallo,
una es morena, otra rubia;

una es dama de alta guisa
con su poco de aventura;
de baja guisa es la otra,
que una es clara y otra culta;

una es fea, y otra, y todo;
que en esto sólo se aúnan
porque yo más quiero dos
fealdades que una hermosura.

A entrambas las quiero bien;
que aunque allá Platón murmura
que el que quiere a un tiempo a dos
no quiere bien a ninguna,

miente Platón; porque ¿qué es
querer bien a una criatura
sino querer su salud,
sus galas y sus holguras?

Pues si yo quiero que tengan
mucha salud, fiestas muchas
y muchas galas, aunque…


Décimas

1

A la Muerte

¡Oh tú, que estás sepultado
en el sueño del olvido,
si para tu bien dormido,
pata tu mal desvelado!
Deja el letargo pesado,
despierta un poco, y advierte
que no es bien que desa suerte
duerma, y haga lo que hace
quien está desde que nace
en los brazos de la muerte.

Da lugar al pensamiento
para que discurra, y veas
y que lo más que tú deseas
no es más que soplo de viento.
No labres sin fundamento
máquinas de vanidad,
pues la mayor majestad
en un sepulcro se encierra,
donde dice, siendo tierra:
«Aquí vive la verdad…».

Mira cómo pasó ayer,
veloz como tantos años:
evidentes desengaños
del limitado poder.
Lo que fue dejó de ser,
y no quedó dello más
del ha sido: tú, que vas
por este mundo inconstante,
mira que el que va adelante
avisa al que va detrás.

La corona y la tiara
que tanto el mundo estimó
¿qué se hizo?, ¿en qué paró
sino en lo que todo para?
¡Oh mano del mundo avara!
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas?

Si te engaña el propio amor
para que no veas el daño,
la muerte, que es desengaño,
sirva de despertador.
Hoy nace la tierna flor
y hoy su curso se termina;
todo a la muerte camina:
la estatua del más bizarro,
como está fundada en barro,
la deshace cualquier china.

¿En qué piensas o a qué aspiras
cuando tras tu gusto vas,
pues dél no te queda más
que enemigos que conspiras?
Si es que adelante no miras,
mira la vida pasada,
que si en tan corta jornada
lo más pasa desa suerte,
hasta llegar a la muerte,
¿qué te queda? Poco o nada.

Desde el nacer al morir
casi se puede dudar
si el partir es el parar,
o el parar es el partir.
Tu carrera has de seguir:
y pues con tal brevedad
pasa la más larga edad,
¿cómo duermes y no ves
que lo que aquí un soplo es
es allá una eternidad?

Mira el tiempo volador
cómo pasa, y considera
cómo va tras la carrera
desde el menor al mayor.
El esclavo y el señor
corren parejas iguales,
que como nacen mortales,
iguales van a la hoya,
de cuya deshecha Troya
aún no quedan la señales.

La juventud más lozana
¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
Todo el tiempo lo deshizo
y anocheció su mañana,
la muerte siempre es temprana
y no perdona a ninguno:
goza del tiempo oportuno,
granjea con tu talento,
que aquí dan uno por ciento
y allí dan ciento por uno.

¿Qué eternidades te ofrece
la más dilatada vida,
pues que apenas es venida
cuando se desaparece?
Hoy piensas que te amanece
y es el día de tu ocaso.
¡Término breve y escaso!
Mas ¿qué mucho, si volando
te va la muerte buscando
cuando tú vas paso a paso?

La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza.

¿De qué te sirve anhelar,
por tener y más tener,
si eso en tu muerte ha de ser
fiscal que te ha de acusar?
Todo acá se ha de quedar;
y pues no hay más que adquirir
en la vida que el morir,
la tuya rige de modo,
pues está en tu mano todo,
que mueras para vivir.


2

A Lope de Vega Carpio

Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son,
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más.


3

A San Isidro

Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.

Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.

Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?

Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.

Cantarcillo

Ruiseñor que volando vas,
cantando finezas, cantando favores,
¡oh cuánta pena y envidia me das!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú lloraras.
¡Qué alegre y desvanecido
cantas, dulce ruiseñor,
las aventuras de tu amor
olvidado de tu olvido!
En ti, de ti entretenido
al ver cuán ufano estás,
¡oh cuánta pena me das
publicando tus favores!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú llorarás.




Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¡Habrá otro, entre si decía,
más pobre y triste que yo?
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojo.
Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía
y cuando entre mí decía:
¡habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido
pues, volviendo a mi sentido
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías
las hubieras recogido.

La vida es un sueño

Es verdad: pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos:
y si haremos, pues estamos
en un mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar:
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso que recibe
prestado, en el viento escribe;
y en cenizas lo convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¿y hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece:
sueña el pobre que padece
su miseria y pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Que es la vida? Un frenesí.
¿Ques es la vida? Un ilusión,
una sombra, una ficción
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es un sueño
y los sueños, sueños son.

Pedro Calderón de la Barca
(1600-1681)

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